Hace un año que tocamos el cielo. Después de tanto tiempo, lo habíamos logrado.
Han sido muchos, muchísimos partidos de fútbol en el colegio, antes de entrar en clase, en el recreo, al salir por la tarde...
Aquel patio infantil fue testigo de hazañas épicas, de remontadas imposibles, de jugadas memorables y de goles históricos. Encuentros jugados con pelotas de papel de platina, con pelotas de tenis, con pelotas de playa de plástico de vuelo caprichoso y control imposible y de vez en cuando, disputados con balones de cuero, a los que llamábamos, balones de reglamento.
Eran partidos nunca jugados por tiempo, siempre se pactaba acabarlos cuando el primero llegase a 10, a 20 ó 30 goles...
Cuántas horas pasadas en pos de ese balón, que su primer día, el de Reyes, fue negro y blanco y tras tantas patadas, desgastado ya, se había vuelto de un color marrón grisáceo.
Cuántas veces tuvimos que arrastrarnos por el suelo y alargar la pierna para tratar de sacar nuestra pelota, encajada debajo de algún coche aparcado, que nos hacía de improvisado poste. Casi tantas veces como las que tuvimos que interrumpir la jugada del siglo, porque por nuestro campo cruzaba un inoportuno automóvil.
Por todos esos goles que nunca subieron al marcador, porque nuestras porterías no tenían ni redes, ni postes ni largueros, que se han convertido en goles fantasma para siempre.
Por la primera y mágica vez que pudimos jugar en césped y conseguimos llegar a casa como nunca lo habíamos hecho: sin las rodillas arañadas y la mercromina se quedó sin abrir en el armario de las medicinas.
Por todas las noches que dormí poco, escuchando a José María García, soñando con él en cada transmisión, que llegara este día.
Por cada pequeña alegría, por cada gol que le hicimos a Malta, por cada tanto que anotó Butragueño en Querétaro a Dinamarca.
Por cada casi-gol que no metimos y que nos dejó fuera, siempre en los malditos cuartos.
Por cada vez que tuve que escuchar de mi padre que siempre seremos unos Quijotes, favoritos de todo, campeones de nada.
Por todo esto, nos merecemos lo que hemos logrado.
Porque hemos sufrido tanto, somos más humanos que ningún otro que lo haya conseguido antes que nosotros. Por eso, cada vez que oigo este Human, noto palpitar mi corazón, casi como aquel día, en que nos convertimos en los Campeones del Mundo.
1 comentarios:
Si he de ser justo, debo decir que esta historia se la debo a mi vieja amiga Angelita. Ella, melómana y experta musical como pocas he conocido en mi vida, fue la que me hizo descubrir esa canción, y me contó quiénes eran sus intérpretes, precisamente la noche que tocamos el cielo.
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