miércoles, 31 de agosto de 2011

Midnight Boulevard



Mañana, cuando se puedan leer estas líneas, estaré de viaje, en mi coche de vuelta a casa. Serán más de 1000 km de conducción al volante, casi doce horas en la carretera, pero para mí un trayecto largo, no es ni este Málaga-Barcelona, ni aquella vez que fui a Sidney y estuve 23 horas en un avión. Cuando pienso en un viaje largo, pienso en aquel tren rápido, que me llevaba del aeropuerto de Gatwick a Londres. En aquel vagón, aislado del exterior, iba escuchando mi walkman Sony, con una de mis cintas favoritas, a la que llamé Atmosphère. Una de tantas, que habíamos mezclado artesanalmente mi amigo Yofri y yo, con distintos discos prestados de New Age. Era música que me relajaba y me hacía pensar. 
No dejaba de mirar por la ventana, contemplando el paisaje oscuro de una noche de diciembre. Poco a poco la noche se iba aclarando y con los primeros rayos, fue apareciendo el sol, mientras sonaban las notas de Midnight Boulevard. Aquel viaje tan largo, tan intenso e interminable para mí, en cambio para los que estaban a mi alrededor, tan sólo duró 45 minutos.

Midnight Boulevard es un tema que compusieron e interpretaron, Curtis McLaw y Chris Williams, dos músicos amantes del New Age. Fieles seguidores de la música electrónica que se hacía en Alemania, se impregnaron de la influencia de grupos legendarios como Kraftwerk o Tangerine Dream, que tanto tuvieron que ver en la aparición de un género para entonces nuevo, como era el New Age.
Como el género mismo del New Age, Dancing Fantasy y tantos otros grupos, son prácticamente desconocidos, a pesar de que siguen editando discos en la actualidad. En ninguno de ellos, aunque son deliciosamente relajantes, he encontrado nada parecido a Midnight Boulevard, que siempre ha sido especial. Debo reconocer que tal vez no por el tema en sí, sino porque me lleva una y otra vez a aquel vagón camino a Londres.

Mientras oía la música in crescendo, en perfecta y casual sintonía con el sol que se iba mostrando por el horizonte, como un metrónomo que acompañaba mis pensamientos, iban pasando rítmicamente los postes de la vía del tren.
Yo no era yo, todavía era otro. Aunque hacía tres años que mis padres ya no estaban juntos, todavía quedaba algo que me vinculaba a mi vida anterior: mi casa.
Eran las navidades de 1991, casi fin de año. Justo antes de irme, mi casa, ya era de otros.
La última noche que dormí en ella, fue antes de ir a pasar el fin de año a Londres con mi hermana, mi novia y unos amigos. Mi hermana María estaba junto a mí, dormida en el asiento del vagón, los demás me esperaban allí.

Durante aquel trayecto pensaba en mi nueva vida y en la anterior que terminaba. Los distintos caminos que uno elige, o que los demás te fuerzan a tomar. Sabía que cuando volviera, mi mundo habría cambiado por completo. Todo sería distinto, pero en ningún caso como a mí me gustaría que fuese.
El amanecer en el tren, era un nuevo amanecer en mi vida. Escuchaba la música y me sentía solo y así estaría de aquí en adelante. ¿Quién podría entender que no quería que cambiase nada?
Mis pensamientos, mis miedos y mis tristezas los hice míos y celosamente me los guardé.
Llegó el sol, llegó el día y aquel tren llegó a su destino.
Y ese viaje fue el más largo de mi vida. Ya nada volvería a ser igual.



miércoles, 24 de agosto de 2011

Hay un amigo en mí



Hace unos años, muchos ya, quizá, fui a un pequeño concierto de uno de mis cantantes favoritos: Era Paul Carrack.
Cuando acabó la actuación nos quedamos rondando el escenario y con toda seguridad, por el hecho de ir acompañado de unas amigas guapas, acabamos todos yendo a cenar con el mismísimo Paul Carrack y su banda. Recuerdo estar hablando con uno de sus músicos, un bajista llamado Steve, que nos confesó que su sueño era poder tocar algún día con los Gipsy Kings. No lo entendí. ¿Acaso no es un sueño el poder tocar con Paul Carrack? Eso me hizo pensar que el ser humano nunca está contento con lo que tiene, aunque sea mucho.

El año pasado, más o menos por estos días, cuando se nos acababan las vacaciones de verano, me llevé a Tiri, a Marta y a Guille a ver el estreno de entonces: Toy Story 3.
Pixar tiene la maravillosa capacidad de entretener a los grandes y a los pequeños con sus películas y la verdad es que en esa ocasión no volvió a defraudar. Todos nos lo pasamos muy bien, con aquellas gafas 3D, que pronto Guille acabó tirando a un lado, poco amigo de colocarse cosas en los ojos.
Cuando llegaron los títulos de crédito, sonó la música y los tres se pusieron a bailar, mientras se podía oir el delicioso tema de You've got a friend in me, compuesto por el poco conocido Randy Newman, que una amiga me descubrió hace tiempo. Pero en esta ocasión, era una versión distinta, interpretada por el grupo favorito de aquel Steve, que conocí una noche de primavera en Tenerife: The Gipsy Kings.

Y desde aquel día Hay un amigo en mí, a ritmo de rumba, es una especie de himno para mi hijo Guille, que le hace saltar y bailar.
Mientras escribo esto, Guille duerme plácidamente la siesta en la cama de su abuelo. Verlo dormir te transmite una sensación de paz, como pocas más son capaces de hacer. La única pega es que para poder ver a Guille, hay que hacerlo a través de la ventana (con rejas, por supuesto), ya que sin que nos diésemos cuenta, mientras comíamos, pasó el cerrojo y no se puede abrir la puerta desde fuera.
Así que aquí estoy, escribiendo, haciendo tiempo hasta que el señor se despierte de su siesta, planeando la estrategia que he de seguir para a través de la ventana, darle tranquilidad y orientarle para que él solito abra el cerrojo.
Mientras, continúo haciendo guardia aquí fuera, junto a la puerta y en cuanto salga, lo sentaré en mis rodillas y tras decirle muy serio que eso no lo haga más, le perdonaré y le pondré esta canción, de ese grupo que tanto le gustaba al bajista de Paul Carrack. Y de nuevo, ver su sonrisa, me hará sentirme orgulloso de ser su padre.


miércoles, 17 de agosto de 2011

One Night


Podría decir que cuando la oí por primera vez pensé en ella. Pero no es verdad.
La primera vez que la escuché pensé en ella y en mí.
Pensé en la noche en que la conocí. Y en el vacío que me dejó cuando se tuvo que marchar.
Y desde entonces supe que quería estar siempre con ella.

Como tantas y tantas canciones y tantos y tantos momentos, One night, eres tú.
Las Corrs cantan, suplicando que él se quede una noche más. Él es Alejandro Sanz, que compuso con el grupo irlandés aquella canción, que tuvo tanto éxito, mientras yo suspiraba, como Andrea Corr, por un minuto más, una noche más...
Ahora lo veo y sé que aquellas despedidas, las despedidas más tristes, dieron lugar a la vida más maravillosa, que cualquier noche pude llegar a soñar.



 

miércoles, 10 de agosto de 2011

Diamond Sun



Cuando era jovencito, tuve una camiseta de deporte, que tenía unas palabras que ponían a todo lo ancho: There is no finish line.
Por encima de la frase se podía ver la silueta de un hombre corriendo y coronando todo, un semicírculo, que era en realidad, un arco iris.
La frase era un muy buen slogan de Nike, que quería decir muchas cosas.
En aquella época, y viendo la figura del atleta, a mis trece años, No hay línea final (o meta), yo lo interpretaba como la soledad del corredor de fondo, que extenuado después de tantos kilómetros de carrera en soledad, es incapaz de vislumbrar el final del recorrido.

Y desde que tenía aquella camiseta, he sentido una cierta fascinación por correr. Cada verano, cada invierno, tengo el propósito de irme a echar una carrerita y ponerme en forma. Pero lo que siempre me ha echado atrás y me causa pereza es tener que hacerlo solo. Pero ahora las cosas son distintas. Agarro mi Iphone, escucho la música que me gusta y además tengo un preparador que me marca una pauta de entrenamiento, pudiendo ver los kilómetros, la velocidad, el tiempo y el recorrido que hago. Ahora sí que no tengo excusa para esta tarde mismo, empezar a trotar por los caminos de Málaga.

Y para hacer ejercicio, como para cenas románticas, o cualquier otra actividad del día a día, siempre hay una música para todo. Para estos momentos, siempre pienso en esta canción. O mejor dicho, al revés. Cuando oigo Diamond Sun, me imagino en mi primer día de entrenamiento, vacío de forma física, pero lleno de buenos propósitos.

Diamond Sun es una canción del grupo canadiense Glass Tiger, que la descubrí por casualidad y me atrapó de inmediato. Esta banda apareció en 1984 y su fuerza, les condujo de inmediato a ser teloneros de Culture Club, o incluso, su teclista, acompañar en conciertos a artistas como Bryan Adams o Aerosmith. La propia Tina Turner se deslumbró con ellos y se los llevó como artistas invitados, para su gira mundial de 1987.

Diamond Sun no es la canción más conocida de este grupo, pero su ritmo encaja en mi percepción del trabajo físico y la superación. Su inicio creciente, se me asemeja al comienzo de nuevos retos, o incluso la persecución de sueños inalcanzables, que merecen una canción como ésta, que te estimule, que te permita concentrarse en el esfuerzo, en el sacrificio, en la carretera, empujándote un poco más allá, como si no existiese línea final.

Con los años, me he dado de cuenta de que esa frase quería decir muchas otras cosas. Ya la meta no es una línea fija, que está muy lejos, a la que llegaremos exhaustos. Con mi experiencia, he descubierto que la meta es móvil. Y está disponible a nuestro antojo. Nuestras metas, las ponemos nosotros.
Es más, con el paso de los años, ahora sé por fin, el significado de There is no finish line:
Las metas no existen.

 

miércoles, 3 de agosto de 2011

My Father's Eyes


Mi padre siempre presume que sus ojos son los más bonitos del mundo.
Así que vivo a caballo entre los suyos, y los de mis hijos, que realmente los de ellos sí que lo son.
Aparte de la belleza del color, que en mi familia es casi un tema obsesivo, lo que más me importa es lo que pasa a través de ellos, y en gran medida, cómo se interpreta el mundo que te toca vivir.

Por tus ojos ves cómo media vida transcurre con tus padres. Ellos te quieren hacer ver el mundo bajo su propia perspectiva. Que aprendamos de sus errores y de algún que otro éxito. Nosotros en cambio, en ver de hacer esto, descubrimos nuevos fracasos que ellos no han sido capaces, o no han querido encontrar en sí mismos.
Debe ser el momento en el que dejan de ser ejemplo nuestro, para convertirse en unos ídolos caídos, que indudablemente queremos, a pesar, o gracias a sus maravillosos defectos.

Y llega la otra mitad de tu existencia, en que la cara se convierte en cruz y pasas a ser el modelo en el que alguien se mira como en un espejo, intentando encontrar respuestas a todo y deseando verse reflejados en nosotros. Aquel niño que un día fuiste, se convierte en padre.

My father's eyes, los ojos de mi padre, es una canción que la puedo escuchar de dos maneras, sintiéndome padre o sabiendo que soy hijo. Dos partes de un mismo todo. Como el mar, que no es mar si no hay orilla, o la orilla, que sin mar no es nada.