miércoles, 18 de enero de 2012

Genetic Engineering


Un día casi sin darme cuenta, llegó a casa. O al menos creo que fue así...
Si no recuerdo mal, todavía no sabía escribir, cuando mi padre apareció con una inmensa y negra maleta, cuadrada, con un asa metálica en un lado.
Al abrirla, apareció una máquina de escribir de color blanco, que cuando pude llegar a distinguir las letras, rezaba: Olympia.

Desde aquel momento, cada vez que mi madre abría aquella caja, e introducía por la parte superior unas hojas que llamaba clichés, sentía una cierta fascinación al ver cómo las ideas fluían de su cabeza, se trasladaban por sus brazos, sus manos, sus dedos y acababan impresas en el papel. Ella sólo la utilizaba para hacer sus exámenes. Aquellos clichés, que no eran más que folios con un papel carbón incorporado, se los llevaba al Instituto, donde una máquina multicopista, imprimía todos los ejemplares de los ejercicios con los que evaluaba a los alumnos. Mirando hacia atrás con perspectiva, veo que perdí una oportunidad increíble de haberlos podido vender en el mercado negro de los malos estudiantes de secundaria y haber hecho un lucrativo negocio. Pero en fin, por lo que se ve, a esa tierna edad, no tenía ninguna visión comercial...

Me iba haciendo mayor y pasé de poder distinguir las letras, a poderlas juntarlas y llegar a formar palabras, e incluso frases.
Iba creciendo, pero en cambio aquella máquina de tamaño colosal, menguaba y cada vez se me hacía más accesible a mis pequeñas manos.
Hasta que llegó el día en que sentí la necesidad de escribir. Nunca me ha gustado mi letra, ni la de entonces ni la de ahora, así que Olympia y yo no tuvimos dificultad en convertimos en buenos amigos. Yo le dictaba mis historias y ella, pacientemente, lentamente, carácter tras carácter, iba transcribiendo mis pensamientos.
Nos entendíamos muy bien y cuando estaba arrebatado por la inspiración y me aproximaba peligrosamente al margen, el sonido de una campanilla me devolvía a la realidad, obligándome a darle a una barra metálica con la mano izquierda, de forma enérgica y cambiar de renglón.

Cuando redacté mis primeras obras de teatro, de una extensión no superior a tres folios, fue más o menos cuando apareció en el mundo uno de los primeros éxitos de un grupo de música tecno, llamado Orchestral Manoeuvres in the Dark. El tema coetáneo con mis primeros escarceos literarios, era Genetic Engineering. Aunque fue uno de sus primeros lanzamientos y tuvo una cierta notoriedad, pronto fue eclipsado por otras canciones posteriores que llegaron a formar parte de la historia de la música, como fueron Enola Gay, referencia al bombardero que arrojó la primera bomba atómica, o la celebérrima Joan of Arc, que en realidad se llama Maid of Orleans.
Otros temas menos relevantes, pero no por eso de poca calidad, como fueron Telegraph, Electricity o Locomotion, convirtieron a OMD en referencia musical en cuanto a lo que se llamó techno-pop o synthpop, siendo de gran influencia para tantos otros grupos musicales. 

El tiempo ha olvidado a Genetic Engineering y de hecho la tuve perdida durante una gran temporada, hasta que la recuperé en un disco de éxitos de OMD. Y escucharla de nuevo, me recordó a aquella época en la que pasaba horas delante de mi Olympia, con un dedo extendido, señalando el teclado, buscando desesperadamente esa letra, que no aparecía por ninguna parte, caprichosamente escondida dentro del teclado.