miércoles, 26 de octubre de 2011

Hold On


Nunca pensé que tantas canciones que conocía, incluirían el vocablo Hold. Esto se debe, como suele descubrir pronto el que se aventura a aprender inglés, que Hold, como muchas otras palabras, dependiendo de su forma verbal, de los adverbios que lo acompañan, o del contexto, tiene múltiples significados, lo que hace todo un poco más complicado.

Smokey Robinson, compuso en los sesenta un tema que se convertiría en un clásico de la música, infinitamente versionado, llamado You've really gotta a Hold on me, donde la expresión quería decir algo así como: He caído bajo tu hechizo.
La década siguiente, La Electric Light Orchestra, conocida como ELO, paradigma de un sonido ya desaparecido como fue el del rock sinfónico, con Hold on Tight te animaba a que te aferraras a un sueño. Por aquella época, temas cantados por intérpretes como la banda Toto, se hicieron famosos con canciones como Hold the Line (No cuelgues) o Holding Out for a Hero de Bonnie Tyler, que se comprometía a resistir hasta que llegase su héroe.
En los ochenta, los efímeros Thompson Twins (así llamados, en honor a Thomson y Thompson, los hermanos Hernández y Fernández ingleses), decían: cógeme ahora en Hold me Now.
Tracy Chapman, poco después, preguntaba: Baby can I Hold you, Cariño, ¿te puedo abrazar?  Clásico entre los clásicos como versión cantada con walkman al pasar la aspiradora.
Las Wilson Phillips (hijas de los Beach Boys y de Mamas and the Papas), cantaban en su Hold On a un amor para que tuviera paciencia, que se esperase al menos un día más. Eso mismo debió pensar Genesis, cuando le pidió a su corazón que se detuviera, que no corriese, en Hold on my heart, que aunque es para mí muy especial, siempre me pareció la segunda parte de una canción perfecta: In too Deep, de la que hablaré algún día.
Hold me 'til the morning comes fue producto del abrazo artístico del niño prodigio de la canción de los años sesenta, Paul Anka y del líder del grupo Chicago, Peter Cetera. Paul Anka sería el mentor de un cantante, canadiense como él, llamado Michael Bublé, que unos años más tarde, cantaría un tema llamado Hold On, que compondría el propio Bublé con Amy, la hija de David Foster, amigo de Anka y productor de Chicago.
Para mi sorpresa, hold ha sido un vocablo más usado de lo que pensaba. Incluso una banda de Liverpool de escaso éxito, llamada The Beatles, quería cogerte de la mano, cuando recurrió a la palabra hold, en una canción que se llamaba: I wanna Hold your hand.

Muchas veces uno cree saberlo todo, o casi todo y de vez en cuando la realidad te coloca en tu sitio. Como en muchas cosas de la vida, a menudo nos dejamos llevar por los prejuicios y eso fue lo que me sucedió con el tema de hoy, mejor dicho, con su cantante.
Siempre había creído que Michael Bublé era un sucedáneo de Frank Sinatra, un producto de márketing que no había atraído mi atención y no merecía la pena ser escuchado. Pero hace unos días, casi por casualidad, descubrí una canción que me sorprendió. Conocía Home, que la había encontrado una balada deliciosa, pero de Michael Bublé no había oído mucho más. Sabía que versionaba temas clásicos del cancionero americano, pero no me habían despertado el más mínimo interés, porque siempre había preferido quedarme con sus intérpretes originales: Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Bing Crosby, Etta James, Billie Holiday, Nat King Cole, Dean Martin, Frank Sinatra...
Pero como contaba, en una página olvidada de un libro escondido, o sumergida en una fosa abisal, de esos mares cibernéticos en los que uno navega, mientras estás en una de esas guardias de 24 horas que se te hacen interminables, puede que sin darte cuenta, salga a la superficie alguna canción sorprendente. Aquel día miraba mis fotos y no podía apartar la vista de las imágenes de Lou, Tiri, Marta, Guille y Clara y pensaba en las ganas que tenía de estar en casa. ¿Qué trastada estaría haciendo Guille en ese momento? ¿Qué frase repipi diría Marta para asombro de todos? ¿Alguien habría averiguado en mi ausencia el significado de Datum-patum, que repetía Clara a todas horas? ¿Cuántas cosas me pierdo por no estar allí?
- Tranquilo, tranquilo (Hold on, hold on...) - me decía. Cuando menos te lo esperes, estarás de vuelta.
Y esa nostalgia, tantas veces interrumpida con las salidas de la ambulancia, era acompañada por Hold On, de Michael Bublé, que iba sonando poco a poco en mis auriculares, encajando perfectamente en mis pensamientos.
Hold On me recordaba que por muy mal que fuese la guardia, por muy triste que estés, por muy difícil que parezca todo, no se deben de perder de vista las cosas que realmente son importantes. No hay que desesperarse, porque pronto se hará de día y llegaré a casa. Y como el avión que se mantiene atento a que se le dé la autorización de despegue en el punto de espera o holding point, para comenzar la carrera y hacerse al aire, así me sentiré cuando abra la puerta y todos acudan al oir el sonido de las llaves girando en la cerradura. Al verme rodeado por sus rostros felices y sus besos, comprenderé una vez más, que los malos momentos quedan fuera, tras de mí y sabré lo afortunado que soy por tener esta familia.


miércoles, 19 de octubre de 2011

No Matter


Hace diez años tenía 30. Y como yo, mucha gente más. Pero además de cambiar de década, había decidido dar un giro a mi vida. Tengo una compañera que se lió la manta a la cabeza y se ha ido a vivir a Australia, ella solita. A las cinco horas de estar allí, me contó que ya tenía trabajo. Lleva poco tiempo, pero estoy seguro que le irá muy bien. Siempre he creído que a la gente que es emprendedora y valiente, la suerte les acaba sonriendo. Yo no me fui tan lejos, pero el venirme a vivir a Barcelona, fue un pequeño gran cambio en mi vida y como a ella, la suerte también me sonrió a mí. Estos diez años han sido los mejores de mi vida, aunque empezar no es nada fácil. En una gran ciudad desconocida, en un trabajo en el que nadie puede dar una referencia por ti, sin amigos y tan solo acompañado por tu novia, dejas toda tu vida por detrás, para comenzar a escribir un nuevo libro de páginas en blanco.

Pronto, de la mano de Lourdes y nuestros eternos paseos, fui descubriendo Barcelona y un poco de Cataluña y además, conocí a sus amigos. Al igual que te sucede si haces un pequeño esfuerzo mental y eres capaz de recordar el primer amigo que tuviste en la escuela, yo puedo decir que Nacho fue el primer amigo que hice en Barcelona.
Nuestra común pasión por la Aeronáutica (él es piloto y yo controlador frustrado), abrió fácil paso a nuestras primeras conversaciones. A él le debo haber podido pilotar su avión, aunque sólo fuera durante cinco minutos, camino de Palma de Mallorca.
Gracias a él, me quedó claro el concepto de que un día libre, no es un día de fiesta. Y de fiestas entiende bastante. Pocas personas he conocido más divertidas que Nacho, anfitrión perfecto, excelente maestro de ceremonias, además de ser un sibarita y un somelier experto. Esto siempre ha hecho que nuestros encuentros en torno a su pata de jamón en navidades, o una cena en restaurantes, siempre hayan coronado el éxito.
En todo este tiempo hemos compartido bodas, nacimientos, bautizos, gin-tonics y croquetas del polo. No puedo olvidar tampoco sus lecciones magistrales de tenis sobre tierra batida, que me han hecho mejorar tanto mi drive. Esos partidos que jugabas con tanta paciencia con alguien que por su bajo nivel de juego te aburría tanto, pero que siempre hacías con buena cara.

Nacho me ha regalado su amistad y aunque tengamos gustos musicales distintos, ya que él es más de grupos nacionales, también me ha regalado música que no conocía. Canciones que jamás había escuchado y que de forma indeleble se fijan a la persona que te la descubrió.
Nacho, como decía, es de grupitos españoles, como Lou, pero tiene dentro de sus favoritas, o como dice él, como un auténtico himno, una canción de un cantante jamaicano llamado Jack Radics. Precisamente a Jack Radics se le atribuye la creación de un nuevo género musical, amalgama de Soul/Pop y Reggae, que se ha llamado Reggae, Rhythm & Pop.
Este artista se dio a conocer por una reversión del clásico Twist & Shout, cuya interpretación más famosa es sin duda la de los Beatles, aunque contrariamente a lo que mucha gente piensa, no fuese compuesta por ellos.

Pero la canción de Nacho es otra. Se trata de No Matter, tema muy alegre, de letra optimista y música pegadiza. Si se escucha atentamente, se puede apreciar cómo poco a poco van añadiéndose instrumentos, creciendo en intensidad, hasta acabar en una gran fiesta. Llena de gin-tónics y caipirinhas, seguro.

Y como aquella enfermera que se fue a Australia, yo de esta manera, comencé mi nueva andadura en una nueva tierra para mí. Poder contar con Lou y con tantas cosas importantes, como la amistad desinteresada de Nacho, me sirvió para sentirme en seguida a gusto aquí, como en mi casa. Y ya han pasado diez años desde mi llegada, y como contaba, hemos llegado a los 40.
Hace unos días celebrábamos los de Nacho, en una fiesta multitudinaria, llena de amigos que querían compartir con él esos momentos. Y comprobando todo el cariño que sentía tanta gente por él, me sentí muy bien por estar ahí, por ser amigo suyo, pero sin querer, me sentí también culpable.
Por eso quiero escribir estas líneas, que uso a modo de purgatorio.
Con todo lo que me ha dado, tengo una deuda con él, porque no he sido sincero.
Desde el primer día que entramos en una pista de tenis, me he dejado perder.
Nacho, te veía tan contento, creyendo que eras mejor que yo, que fui incapaz de demostrarte todo el tenis que llevaba dentro. Por eso debo confesarte que tiraba todas las bolas a la red o fuera de pista a propósito. Nunca creí que fuese capaz de confesarte esto: No ha habido ni una sola ocasión en que no me haya dejado ganar por ti.
Pero creo que ahora que tienes 40 años, con esa edad te mereces conocer la verdad. Por eso, la próxima ocasión que juguemos a tenis, te prometo que por primera vez en estos diez años, vas a sudar, a correr de un lado a otro por toda la pista, te desesperarás por no poder llegar a mis passing-shots y te prometo, que de una vez por todas, morderás el polvo.



miércoles, 12 de octubre de 2011

I Want to Know What Love Is


Cuando era mucho más joven y la palabra digital sólo se refería a los dedos, únicamente existían dos formatos en los que podías escuchar la música: Los discos de vinilo, que como era obvio, eran originales (nunca conocí a nadie que tuviera una grabadora de vinilo en casa) y las cintas de cassette, que podían ser originales, o no.
Para quien no lo sepa, una cinta es algo imposible de encontrar en una tienda hoy en día. Consistente en un recipiente de plástico, de tamaño un poco más pequeño que un Iphone, tiene dos caras, llamadas A y B, que en su interior aloja una banda magnética muy fina, que es capaz de grabar sonido en ella. Las había de 60 y 90 minutos, normales y de cromo.

Las mías, las consideraba como auténticas joyas. Tenía una colección de ellas, artesanalmente decoradas, según su tema y cuidadosamente grabadas mediante un mezclador, sin interrupción alguna entre canción y canción, como si estuviéramos en una discoteca, de tal manera que los últimos segundos de la última canción con que finalizaba cada cara, coincidía exactamente con el final de cada cinta.

Cada una tenía su nombre correspondiente, como la recopilación de bandas sonoras, llamada Soundtrack, las de New Age, que eran Atmosphère, Amazonia o Ambience, música de los 80, Heathrow, o de temas variados como Z, Discovery, China, The Moon in the Square o Bagdad. Incluso, sólo de cantantes como Phil Collins, Jean-Michel Jarre, The Beatles, Genesis o Enya.
Siempre había un motivo, una persona, una época, o unos sentimientos, que me llevaban a agrupar varias canciones en una sola cinta. Eran pequeñas obras maestras caseras, que constituían cada una, la banda sonora de mi vida.
Una de aquellas cintas, se llamaba Night Music y como su nombre indica, era un conjunto de temas lentos, románticos, que apetecía escuchar con la complicidad de la noche, en algún paraje, bajo la luz de la luna.
Ahí aparece I want to know what love is. Era una de mis favoritas, porque ilustraba en muchos momentos de melancolía, mis anhelos por encontrar a alguien con quien ser feliz de verdad.
No sé cuántas veces, protegido por el transparente anonimato de los cristales de mi coche, de vuelta a casa, arranqué a cantar la letra de la canción de Foreigner, quizás para convencerme de que algún día mi vida podría dejar atrás la canción y el significado de su letra.

Foreigner, fue uno de esos grupos fundados en los años 70, que tuvieron que sufrir como tantas bandas, la difícil adaptación a los 80, donde acabaría encontrando sus mayores éxitos, sobre todo con esta canción, que les aupó al número uno de las listas de todo el mundo.
I want to know what love is, forma parte de un disco llamado Agent Provocateur, concebido como un álbum conceptual, porque cada canción es el capítulo del relato de un espía, que revela su historia, vista desde dentro y desde fuera.

Desde aquellos lejanos y felices años veinte, he creído que la de Foreigner era una interpretación magistral. Pensaba que era una canción perfecta, con ese comienzo intimista, que concluye con un final apoteósico, realzado con un coro de gospel que se va añadiendo progresivamente, casi imperceptiblemente. 

Y finalmente un día supe realmente lo que era el amor, aunque casi hubiese olvidado la canción y lo que me llevó a grabarla en aquella cinta. Y visto desde el día de hoy, aunque me siga chiflando cómo la canta Foreigner, o como dice alguien, Forinyer, o Foreinller, o como sea, esa versión que suena cuando Lou tiene puestos los auriculares, se ha convertido en mi favorita.


miércoles, 5 de octubre de 2011

Rayando el sol


Hoy, como cada miércoles, toca poner una canción y escribir una historia.
Pero esta vez quisiera darle un giro distinto. Aunque nunca he sido un seguidor de Maná, ni cuento con esta canción como favorita como he hecho hasta ahora con todas las demás, creo que tengo un motivo más que justificado para traer este tema hoy aquí.

Esta canción no es mía, sino de otra persona. Alguien a quien se la quiero dedicar, precisamente hoy, porque aunque siempre es la primera, no sé si tendrá fuerzas en estos momentos para perder el tiempo leyendo estas líneas. Esto de dedicar canciones no lo había hecho hasta ahora, pero bien pensado, creo que se lo merece.

La conocí hace casi once años en Madrid y desde entonces, por un motivo o por otro, no he podido separarme de ella.
Creo que nos queremos mucho, yo al menos a ella bastante. Y tengo muchas pruebas que lo demuestran, no sólo las palabras que aquí escribo.
Maná en sus orígenes se llamaban Sombrero verde, luego se rebautizaron, adquiriendo su nuevo nombre, casi místico. Según dicen, Maná, aparte del alimento divino que cayó del cielo, es un término de la Polinesia, que quiere decir: energía positiva. Esa energía que tiene a borbotones, esa alegría contagiosa y su risa que nos enamora a todos.
Es tan noble, que cuando piensa que algún comentario suyo te ha podido molestar, siempre, como muletilla, te mira con los ojos entreabiertos y te dice: Es broma..., aunque tú sabes perfectamente que no lo es.

Ella es la digna heredera de una tradición familiar de bomberos, apagando todo fuego familiar que se produzca, o de la herencia musical de los Gómez, expertos templadores de gaitas como no he conocido nunca.
Siempre he dicho que las Naciones Unidas perdieron una gran diplomática el día que decidió matricularse en la Universidad y dedicarse a otros menesteres que no fuesen la mediación internacional.

Me encanta como es, porque siempre tiene una sonrisa y está dispuesta a ayudarte cuando lo necesitas, aunque ahora haya descubierto un engendro terrible llamado Whatsapp que emplea a base de bombardeo estratégico y secuestre a Lou por las noches.
No me vuelve loco Maná, aunque reconozco que son buenos. Incluso podría decir que no me acaban de convencer. Pero, ¿qué más da?
Le gusta a ella y eso me basta. Por eso aquí tienes tu canción.
Un beso, Marta, te queremos mucho.