miércoles, 27 de julio de 2011

Billie Jean



Cuando llega el verano, tus rutinas cambian por completo. Aunque sólo sea porque ya no hay que despertarse a ritmo de alarma, ya de por sí, todo se vuelve maravillosamente distinto.
Ya no hay que salir apresuradamente de casa, temiendo llegar tarde, coger el coche, encender la radio, escuchar el resumen de noticias que te tenga medianamente desinformado y desintoxicado, según la emisora... Y sobre todo y eso lo siento mucho, dejo de tener la libertad de poder poner mi radio favorita: Radiomel, donde escucho lo que más me gusta.
Ahora en verano te toca compartir la música con todos los demás. Ya me sucedió el verano pasado con Lollipop. Este verano las peticiones más frecuentes son Dynamite o Mr.Saxobeat, que a base de ser escuchadas hasta la saciedad, acabarán convirtiéndose en la canción del verano de Radiomel.

Así que hoy, como primer post de las vacaciones y sin saber qué poner, como me pasa casi cada miércoles, decidí, para salir del atolladero, preguntarle a alguien que tengo muy cerca, para que sea él el que elija en esta ocasión.  Se trata de mi compañero de viajes, mi más fiel copiloto y como le oí decir el otro día, de alguien que me quiere con locura.
Y en nuestras conversaciones al lado del mar, mi hijo Guille, atento a mi petición, me ha iluminado el camino.
Con toda seguridad es su cantante favorito. Y este tema es de aquéllos que te impiden tener los pies quietos, como le sucede a su hermana Marta, cada vez que oye alguna de sus canciones. De hecho, el de hoy es un tema tan famoso, que es el single más vendido de la historia de la música.
¿Quién cree que un niño de 3 años no tiene buen gusto musical?
Señoras y señores, como diría mi hijo Guille: 
Con ustedes, ¡Miki Saison! 



miércoles, 20 de julio de 2011

Jump


Anoche me fui a acostar pensando que hoy era miércoles. Eso quería decir dos cosas:
Por un lado, que me tocaba guardia en la ambulancia y por otro, que tenía la cita con la música de cada semana.
Antes de irme a la cama, preparé todo para lo que iba a ser la última cita con el trabajo antes de irme de vacaciones. La ropa, la mochila y sobre todo, el ordenador, para poder escribir al día siguiente. En algunas ocasiones, desde el mismo martes, o incluso antes, ya sé qué canción voy a compartir. Pero ayer no tenía ninguna idea de qué iba a poner. La única que venía a mi cabeza era aquélla que pondría cuando viniese de vacaciones. Pero para eso faltan, afortunadamente, unas cuantas semanas.

Como cada noche, cogí mi móvil, perdón, cogí mi Iphone, que no es lo mismo, programé la alarma del despertador y como vi que no le quedaba demasiada batería, lo puse a cargar a los pies de la cama.

Ella no lo reconoce, pero sé que está tan enamorada de mi Iphone, casi tanto como lo estoy yo y no puede resistirse a cogerlo, leer el correo, navegar con él, o lo que sea, cuando estoy en casa. Y anoche no fue una excepción, cuando Lou, antes de dormir, desconectó el teléfono del cargador y se puso a jugar con él. Yo, entre sueños le dije: No te olvides de conectarlo al cargador, que está con poca batería...
La siguiente vez que oí su voz, me decía: ¡¡Mel!! ¡¡Salta de la cama, que son las 8!!
Me levanté alarmado y comprobé con horror que era cierto, que el teléfono no se había quedado bien conectado y que por tanto, se había descargado completamente.
En fin, son cosas que pasan, pero levantarte de esa manera, a la hora que se supone que estás entrando en el trabajo, no es la forma más placentera de comenzar el día.

Apenas pude pensar durante el trayecto hasta la base, en la canción que pondría hoy. Tenía esa sensación que se experimenta cuando llevas mucho tiempo de vacaciones y te plantas en ese fatídico día, en el que te toca incorporarte a la rutina laboral de todo el año.
Para cuando llega ese momento, desde hace tiempo, me reservo unas canciones de gran ímpetu, que pongo en la radio del coche a todo volumen, para que me ayuden a integrarme en la realidad, a despertarme y comenzar con energía los once meses que han de pasar, para estar de nuevo de vacaciones. A esos temas los llamo: Canciones despertador.
Entre ellas están: Simple Irresistible de Robert Palmer, Julia de Chris Rea, Right Between The Eyes de Wax, Sussudio de Phil Collins, Lucifer de Alan Parsons Project o Vogue de Madonna, entre otras.
Pero si hay una que es la estrella y que nunca se queda sin ser escuchada, es Jump de Van Halen.

La música de Jump fue grabada en una sola toma. Dave Roth, el vocalista, escribió las letras en el asiento de atrás de su descapotable, le añadieron las voces esa tarde y lo mezclaron en el estudio casero de su productor, por la noche.
Aunque considerada como una de las canciones más influyentes de la historia del Rock, el uso de sintetizadores no gustó en un principio a los componentes del grupo, que a menudo reclaman que si bien es su tema más famoso, no es representativo del estilo de la banda.

Siempre que oigo Jump, me imagino escuchándola de nuevo, cuando llegue el primer día que me incorpore tras las vacaciones.
Hoy me siento, como seguro estaré ese miércoles de septiembre cuando vuelva. Y es que levantarme así, tan de improviso, no me sienta. Llevo todo el día pensándolo. Lo mejor es cambiar el sentido. Creo que el salto se ha de hacer al revés, no para salir de la cama...


miércoles, 13 de julio de 2011

Human


Hace un año que tocamos el cielo. Después de tanto tiempo, lo habíamos logrado.
Han sido muchos, muchísimos partidos de fútbol en el colegio, antes de entrar en clase, en el recreo, al salir por la tarde...
Aquel patio infantil fue testigo de hazañas épicas, de remontadas imposibles, de jugadas memorables y de goles históricos. Encuentros jugados con pelotas de papel de platina, con pelotas de tenis, con pelotas de playa de plástico de vuelo caprichoso y control imposible y de vez en cuando, disputados con balones de cuero, a los que llamábamos, balones de reglamento.
Eran partidos nunca jugados por tiempo, siempre se pactaba acabarlos cuando el primero llegase a 10, a 20 ó 30 goles...

Cuántas horas pasadas en pos de ese balón, que su primer día, el de Reyes, fue negro y blanco y tras tantas patadas, desgastado ya, se había vuelto de un color marrón grisáceo.
Cuántas veces tuvimos que arrastrarnos por el suelo y alargar la pierna para tratar de sacar nuestra pelota, encajada debajo de algún coche aparcado, que nos hacía de improvisado poste.  Casi tantas veces como las que tuvimos que interrumpir la jugada del siglo, porque por nuestro campo cruzaba un inoportuno automóvil.

Por todos esos goles que nunca subieron al marcador, porque nuestras porterías no tenían ni redes, ni postes ni largueros, que se han convertido en goles fantasma para siempre.
Por la primera y mágica vez que pudimos jugar en césped y conseguimos llegar a casa como nunca lo habíamos hecho: sin las rodillas arañadas y la mercromina se quedó sin abrir en el armario de las medicinas.
Por todas las noches que dormí poco, escuchando a José María García, soñando con él en cada transmisión, que llegara este día.
Por cada pequeña alegría, por cada gol que le hicimos a Malta, por cada tanto que anotó Butragueño en Querétaro a Dinamarca.
Por cada casi-gol que no metimos y que nos dejó fuera, siempre en los malditos cuartos.
Por cada vez que tuve que escuchar de mi padre que siempre seremos unos Quijotes, favoritos de todo, campeones de nada.
Por todo esto, nos merecemos lo que hemos logrado.
Porque hemos sufrido tanto, somos más humanos que ningún otro que lo haya conseguido antes que nosotros. Por eso, cada vez que oigo este Human, noto palpitar mi corazón, casi como aquel día, en que nos convertimos en los Campeones del Mundo.



miércoles, 6 de julio de 2011

Dignity


Ya hace tiempo que no vivo en Santa Cruz y no sé qué es lo que se hace cuando es vacaciones y tienes dieciocho años. Cuando me tocó hacerlo, solíamos ir a terrazas de verano. A modo de curiosidad, hubo una, llamada La Factoría, en la que sorprendimos a mi hermana en el primer beso, con su primer novio, para mayor regocijo nuestro y mayor vergüenza suya.

El resto del año, ocupábamos nuestros fines de semana, yendo a lugares en los que te escudriñaban a ver si dabas el perfil y podías ser uno de los privilegiados en entrar en ese local. Así, puedo recordar uno, llamado Tosca, que afortunadamente acabó cerrando y espero que con sus propietarios arruinados, por no haberme permitido entrar cuando acababa de cumplir mis deseados 18 años. Cuando llegamos el grupo de amigos a la puerta del infausto tugurio, el inteligente culturista que custodiaba la puerta, dejó a pasar a todos y cuando yo llegó mi turno, extendió su inmensa mano que ocupaba casi todo mi pecho y me detuvo.
Miró por encima de sus pechos hormonados en dirección a mi insignificante ser, que estaba allá abajo y supongo que con gran esfuerzo, su cerebro le dio la orden a su boca, para que articulase alguna palabra, pero fracasó. Tan sólo se pudo escuchar un graznido. Lo que viniendo de aquel individuo, bien seguro, le había dejado exhausto.
Normalmente junto a estos especímenes, suele haber un tipo más escuchimizado, que se encarga probablemente de darle cacahuetes para que pase la noche. Otra función que seguro le reconforta, es ir saludando a todos los que cree que son sus amistades, y pobre ignorante, no se da cuenta que sus falsos amigos, no son más que unos interesados. A este domador de gorilas me dirigí, preguntándole por qué no podía pasar, si ya había cumplido los 18 años.
Me miró con profundo desprecio y como perdonándome la vida, contestó con cara de asco:
- Es que ya hay demasiado piberío dentro...

Tras aquella nefasta experiencia, a aquel sitio no volvimos nunca más y ver cómo acabó fracasando el negocio, me produjo una inmensa satisfacción por la afrenta recibida.
Otro enclave era la discoteca El Coto, del Puerto de la Cruz (a 40Km de Santa Cruz), que para pasar sin abonar la estratosférica entrada, debíamos hablar con una tal Charo, la relaciones públicas, que era bastante áspera y decirle que éramos amigos del primo de un colega suyo... En fin, demasiado esfuerzo, demasiado lejos y la música demasiado alta y demasiado mala, como para tomarse tantras molestias.

Aunque durante un tiempo visitamos un lugar llamado Cactus, pronto vimos que la opción buena, sobre todo en época de vacaciones, eran las terrazas de verano, donde cada año cambiaban de nombre, ofreciendo nuevas situaciones temáticas. De esta manera, comenzamos yendo a un lugar llamado El Hangar. Este local era regentado por un tal José Luis el Cura, siempre acompañado del clásico calvo, saco de músculos, incapaz de aplaudir con ambas manos, por un lado por la cantidad de bíceps, que le imposibilitaba físicamente y por otro, porque intelectualmente, le resultaría una  dificultad insalvable. Junto a él, impertérrito, José Luis el Cura, a quien no olvidaríamos nunca saludar efusivamente, como si nos conociéramos de siempre, cuando más adelante abrió un lugar donde pasar nuestras noches de verano: El Astillero.

Al Astillero, en pos de amores imposibles, acudía con Yofri, de quien he hablado alguna que otra vez, siempre con generosidad, a pesar de que en aquellas visitas a las terrazas de verano, en cuanto avistaba una presa, o enganchaba una buena conversación con un compañero de natación, dejaba a este pobre infeliz y tímido muchacho, abandonado a su suerte.
Aquella soledad, con mis inocentes 18 años, me permitía reflexionar sobre qué camino tomar una vez que entrara en la Universidad. Y como sus ausencias eran prolongadas, a él debo hacer culpable de haber tomado un camino académico equivocado.
Siempre sonaba, además de la nauseosa y aborrecida Chica Ye-yé de Concha Velasco, un tema que esperaba cada noche: Dignity, el primer lanzamiento de un grupo escocés llamado Deacon Blue.
En ella se cuenta la historia de un hombre que lleva muchos años de barrendero y que sueña con que un buen día lo abandonará todo y con sus ahorros, se comprará un barco, un pequeño bote, en realidad, al que bautizará como Dignity. A bordo de Dignity se hará a la mar, cambiando su vida.

Dignity me transporta a aquellos momentos en los que me vi por primera vez en una encrucijada de caminos. Tal vez la más importante en mi vida. Me tocó decidir qué haría con mi futuro. Me tocó tomar una decisión importante. Aquélla que marcaría el resto de mi existencia para siempre.