miércoles, 29 de junio de 2011

Take My Breath Away


Desde que puedo recordar, siempre he sido un gran amante de la Filosofía. En concreto, de Platón.
Me parece que gran parte de mi vida juvenil, no he tenido otra cosa más que amores platónicos. Ésa ha sido mi formación filosófica, que tanto marcaría mi futura forma de ser.
Cuando se van acercando estas fechas, como son los primeros días de julio, no puedo evitar recordar todo ese tiempo malgastado con amores ideados, ideales e imposibles.
El primero de estos amores imposibles, tal cual lo recuerdo, se remonta a cuando estaba en tercero de EGB y tenía ocho años. Había llegado a clase una niña de origen valenciano, llamada Estefanía. Casi no podía hacer otra cosa más que mirar a aquella niña de piel blanca y pecas. Fueron varios años de observación en los que probablemente advertida de mi interés, cuando llegaba al colegio por la mañana, me buscaba y en ese rato que había hasta que comenzaban las clases, mientras ella se iba con sus amigas, se me acercaba y me pedía que me quedase cuidando a su hermano pequeño. Yo pensaba que así me podría acercar más a ella. Esto sucedió en el último de los cuatro años de admiración y embobamiento, en los que mi mayor logro fue un beso en la mejilla, que nos dimos el último año, el día que nos marchábamos de vacaciones de navidades. Cuando volví emocionado al colegio, tras aquellas vacaciones que se me hicieron eternas, pensando que se iniciaba algo maravilloso, encontré a una Estefanía indiferente, que obviamente ya había olvidado lo sucedido o que no le dio la importancia que para mí había tenido.
Aquella historia acabó porque no avanzaba nada y además, porque tenía la sospecha, de que en realidad lo que quería, era una niñera para su hermano y en cambio, nada conmigo.

Fiel a mi filosofía platónica, dejé a Estefanía detrás y el verano de séptimo a octavo me fui a Inglaterra, con un grupo de canarios, que no conocía a priori, a aprender inglés.
Un corazón tan sensible como el mío, no pudo evitar quedar hechizado ante una niña de ojos verdes llamada Marta, el mismo momento que nos metimos todos en el avión, rumbo al país británico. Así se convirtió en mi nueva musa e inspiración, de mis sueños más románticos.
Día a día intentaba coger fuerzas, iniciativa, frases seductoras, miradas irresistibles o ideas magistrales para acercarme a ella y deslumbrarla. Incluso, por las noches, cuando estaba solo, ensayaba el baile, para sorprenderla el jueves, en la discoteca de nuestro colegio inglés. De hecho una vez casi me hago daño, practicando giros de break-dance, que nunca acabaron por salirme bien del todo.

Platón debió ser un hombre muy desgraciado. Sus amores, como los míos, no fueron correspondidos. El miedo al ridículo o a que te dijeran que no, o a una mezcla de las dos cosas, me llevó a conseguir hacer realidad mi relación con Marta, sólo en mis sueños.
Aquella relación onírica se prolongó dos años, con idéntico resultado el siguiente verano que volvimos a coincidir en Ware. De nada sirvió que mis espías, que estaban en su colegio, me fuesen contando cómo estaba, si continuaba siendo tan guapa o si había empezado alguna relación con alguien... Da igual. El muchachito tímido volvió a aparecer y de aquel segundo verano inglés, volví exactamente igual. El resto del verano, me dediqué a olvidarla. Nuestra historia, como era de costumbre, era una historia imposible. En cuanto llegara septiembre empezaría el instituto y tal vez ahí, me estaría esperando la mujer de mi vida.

Y como el hombre tiene esa manía de encontrarse el mismo obstáculo una y otra vez, ahí estaba Melito, dispuesto a tropezarse una vez más y desde el primer día.
Esta vez, mi Dulcinea se llamaba Sonia.
A pesar de que le debía llegar por el hombro (ya se sabe que las mujeres desarrollan antes que los hombres), el girar mi cabeza hacia arriba, no impidió el quedarme prendado.
Como persona con gran iniciativa que siempre había sido, tracé un plan que sería perfecto:
- Puesto que era la mujer de mi vida, teniendo toda una vida por delante, no hacía falta que me diese prisa.
- Difícilmente se interesaría por alguien más bajito que ella, así que era cuestión de tiempo, esperar a que empezase el estirón y por fin la sobrepasase. Ése sería mi momento.
Mis amigos Yofri y Mario, a quienes conocí en el instituto, casi a la misma vez que a Sonia, pronto se convertirían en mis cómplices del plan perfecto. Sonia, pasaría a tener un nombre clave. Un prototipo de mujer como ella, se denominaría: La Proto.

La Proto, se sentaba delante de mí en clase, una fila más allá. Así podía ver su perfil derecho y su nariz respingona. A menudo me comentaba que estaba enamorada de un actor de moda, que se llamaba Tom Cruise. No había más que ver su carpeta, forrada de fotos del protagonista de Risky Business o Top Gun, películas que dejé que escaparan de la cartelera. Una mañana apareció muy malhumorada porque acababa de leer en el SuperPop que ¡se acababa de casar con una vieja llamada Mimi Rogers...! ¡Qué disgusto para La Proto!
Aquello era una señal. Ya sabía por dónde meter el caballo de Troya.
A partir de ahí, lo que habría que hacer es intentar parecerse a ese alfeñique, cortarse el pelo como él, peinarse con gomina...
Aun en contra de mis gustos cinematográficos, fui al cine a ver cada una de las películas de aquel actor de pelo en punta. Así pude ver la reposición de Top-Gun en un cine de verano.
En fin, ¿qué no haría uno por la mujer de su vida?
Como buen amor platónico que se precie, y con la formación previa acumulada con Estefanía y Marta, dejé transcurrir el tiempo, hasta que llegó el último curso de bachillerato, el COU, antes de entrar en la universidad, para decidir desplegar todo mi ataque. Por fin ya era más alto que ella. Había llegado el instante del ataque por sorpresa.
Para tener incluso un poco más de conversación, me fui a ver una película de Tom Cruise, otro bodrio, esta vez haciendo de camarero, llamada Cocktail, donde lo único destacable era la canción Kokomo de los Beach Boys y una preciosa Elisabeth Shue, que por supuesto era bastante más guapa, que incluso la propia Proto.
Aquella película me sirvió para poder tener una conversación con ella, el lunes siguiente, de digamos, unos 30 a 40 segundos.
A todas estas, mis amigos Mario y Yofri me llamaban ya Tom Cruise, dado el cariz que estaba tomando la operación Proto, que iba viento en popa.
Y llegaron los carnavales. Y a la vuelta de ellos, una sorpresa: La Proto tenía novio y como era de esperar, y parafraseando a Platón, no era ni Tom Cruise... ni yo. Era un imberbe mequetrefe, ser insignificante que nunca logró llegar a ser más alto que ella, a pesar de que el resto de aquel año de COU, caminase estirado, con el pecho bien hinchado, presumiendo de haber conseguido estar con La Proto.

Un tiempo más tarde, cuando La Proto ya había desaparecido de mi mente y de mis sueños, de igual forma que lo hicieron todos los amores platónicos que le precedieron, Tom Cruise volvió a aparecer en las carteleras de los cines de Santa Cruz.
Ya no tenía importancia. Ya me daba igual. No necesitaba ir a verlo para poder tener 30 segundos de conversación con una chica guapa. Esta vez, era una película bélica, llamada Nacido el 4 de julio.
Desde su estreno, siempre que llega esa fecha, recibo las jocosas felicitaciones de cumpleaños de mi amigo Yofri, que sigue diciendo irónicamente, que me parezco a Tom Cruise.
Pues no, no he nacido el 4 julio, ni creo que Tom Cruise tenga ninguna semblanza conmigo, entre otras cosas porque soy bastante más alto, más guapo y más apuesto que él, pero cuando oigo aquel tema tan famoso de la película Top Gun, que le dio a conocer mundialmente, no puedo evitar pensar en aquel niño romántico, enamoradizo, con amores platónicos e imposibles, que se hizo mayor y desapareció para siempre.






miércoles, 22 de junio de 2011

Summer in the City


Hubo un tiempo, ya hace mucho, en el que los veranos eran veranos. Nadie te preguntaba: ¿Cuándo te coges las vacaciones?, porque el verano empezaba para todos igual.
El día elegido era el de las hogueras de San Juan. En el solar enfrente de casa, que ya hace años que despareció, al ser ocupado por un nuevo edificio, nos reuníamos todos los vecinos y asistíamos a un acontecimiento mágico. Pronto quedábamos hipnotizados, niños y mayores, al igual que le sucedería al hombre que habitaba en las cavernas, ante el espectáculo de luz, calor y ruido crepitante del fuego.
Aquella hoguera parecía quemar junto con los tablones, un curso entero y daba paso a un nuevo verano, donde las preocupaciones no existían y la diversión se extendería hasta casi mediados de septiembre.
A partir de ese día, como cada año, comenzaba la rutina estival. Levantarse tarde, jugar al fútbol toda la mañana entre los coches del aparcamiento y después de comer, mi madre nos metía en nuestro querido volkswagen, camino del Club Náutico.
Allí pasábamos el resto del día, saltando mil veces en la piscina, jugando en la cancha de baloncesto o intentando que alguna persona mayor nos dejase entrar en la pista de tenis.
El verano en la ciudad era el verano en el Club.
En un coche como nuestro Volkswagen, carente de aire acondicionado, nos sentíamos como galletas María en un horno, (más mi hermana que yo), cuyo volante a menudo tenía que ser agarrado por mi madre con toallas, mientras mi hermana María y yo, evitábamos tocar con nuestros muslos, el asiento hirviendo de sky negro, cosa que no siempre conseguíamos. Todavía, si no se había hecho de noche, llegábamos a tiempo de poder jugar un rato con los amigos del edificio, a policías y ladrones, al brilé, a alerta, al escondite o a Juan, Periquito y Andrés. Aunque siempre sonaba el Fiu-fi-fii de mi padre, en lo mejor de nuestros juegos infantiles, señal innegociable, de que había que subir ya a casa.
Diversión contínua desde la mañana, hasta que caíamos rendidos en la cama, más tarde de lo que estábamos acostumbrados durante el curso.

Mi primer disco de vinilo fue una recopilación de música llamado Explosión 60, regalo de Reyes, que aunque estuvo escrito en la carta de Sus Majestades, seguro que la intervención de mi madre tuvo mucho que ver, para que mi petición fuese atendida.
En aquel recopilatorio, había grandes joyas como Son of my father, With a Girl Like You, Gerdundula, I'm a Believer, Happy Together, Baby Come Back, House of the Rising Sun, Mr Tambourine Man, o Silence is Golden. Pero además, estaba incluido un tema llamado Summer in the City. Compuesta por el hermano del vocalista de los Lovin' Spoonful, John Sebastian, siendo además su mayor éxito discográfico.
Esta canción, para mí siempre ha ilustrado aquellos veranos en Santa Cruz. Casi sin darme cuenta, cada episodio o circunstancia de mi vida, iba acompañado de una o varias canciones. Aquellos veranos calurosos, cuando penetraba el tiempo sur, llenaba la ciudad de olor a refinería, o cuando se disipaba, recuerdo las noches de verano, en las que nos visitaba aquella agradable brisa, que entraba por la persiana entreabierta, de nuestro séptimo piso C.
Todo ello eran complementado por el recuerdo de una música, que no podía ser otra que Summer in the City. Por si fuera poco, uno de los ruidos de la ciudad, que se oyen en la grabación de la canción, el primer automóvil, es el claxon de un escarabajo.

En aquellos veranos en la ciudad, todo habría de ser sin preocupaciones. Sólo habría que divertirse y pasarlo bien. La premisa era bien sencilla y muy fácil de seguir. No había que preocuparse por nada.
El próximo curso, fuera cuarto, quinto, o sexto, todavía quedaba muy lejos...

miércoles, 15 de junio de 2011

Video Killed The Radio Star


Cuando el grupo británico Buggles alcanzó la fama con su Video Killed The Radio Star, en muy pocos hogares se contaba con un reproductor de cintas de vídeo.
La llegada del mundial de España, también recordado como el mundial de Naranjito, multiplicó la llegada de este nuevo electrodoméstico, aunque todavía en muchas casas, el televisor ocupaba un solitario lugar en nuestros salones, frente al sofá (si no contamos sus acompañantes clásicos: el toro, la muñeca vestida de sevillana y el pequeño mantelito calado).
Para cuando hubo finalizado la década de los 80, todo el mundo contaba con un vídeo, ya fuese VHS, Betamax, o 2000. Todos, menos mi amigo Mario, que a sus 18 años y pese a empezar sus estudios universitarios, tenía ese importante déficit en el hogar paterno.
Esto le llevó ser objeto de numerosas burlas, pues era inconcebible que en un piso como Dios manda, no se contase con el bendito y maravilloso aparato, que de forma mágica te permitía hacer retroceder las imágenes, adelantarlas y darle pausa cuando la escena lo requería.
Aquel pobre muchacho soportó estoicamente las miles de veces que hicimos el amago de dejarle una película, para retirarla de su mano rápidamente, diciendo:
- ¡Huy! Perdona, Mario, me olvidaba que no tienes vídeo...

Vídeo Killed The Radio Star, además tiene el honor de ser el primer vídeo musical que emitió a principios de los 80, un nuevo canal de televisión llamado MTV. Fue el tema que lanzó al estrellato a un grupo formado por Geoffrey Downes y Trevor Jones. Éste último, luego de la disolución del conjunto, tras un único éxito, participó en otro efímero proyecto musical, llamado Art of Noise, que lanzó títulos tan famosos como Peter Gunn o la hipnotizante Moments in Love. Tras estas aventuras musicales, Trevor Jones se lanzó de lleno a su idea original, que le había llevado a formar los Buggles: ser productor musical.
Desde entonces, se ha convertido en el productor más famoso y prolífico de la historia de la música. Son múltiples los artistas que han trabajado con él, cantantes como Frankie Goes to Hollywood, Tina Turner, Seal, Robbie Williams, Lisa Stansfield, Pet Shop Boys, Simple Minds, Eros Ramazzotti, Whitney Houston, o Mike Oldfield...
Video Killed The Radio Star expresa con nostalgia los avances tecnológicos, como supuso la aparición del vídeo, que eclipsaron inexorablemente a la estrella, que fue la radio en otros tiempos. En un mundo frenético, tecnológicamente cambiante, cualquier nuevo dispositivo está cada vez más rápidamente condenado a la extinción. Pocas cosas, como la radio o el mismísimo vídeo, se quedan hoy en día tanto tiempo con nosotros.
Por eso, desde aquí quiero hacer un llamamiento a cualquiera que se acerque a estas páginas y me lea. Tal vez entre todos consigamos evitar la catástrofe. Sé que es una llamada desesperada, pero es que no consigo localizar a mi amigo, antes de que sea demasiado tarde y cometa un disparate.
Si encuentran a Mario, díganle que no se mueva de casa, que se quede quieto, que no se preocupe. Por favor, que sepa que ya nadie volverá a burlarse de él. Ya no hace falta que se compre un vídeo.




Buggles - Video Killed The Radio Star por Lukather40_Clip

miércoles, 8 de junio de 2011

Crowd Chant


Cuando las fichas de dominó están muy juntas, sólo basta que caiga una, para que todas aquéllas que están a continuación, hagan lo propio. Ya hace unos meses que cumplí mis deseados 40 años y todo era cuestión de tiempo, el ver cómo poco a poco les va tocando el turno a los demás. Y así, aunque presume de ser un jovencito, un experto bailarín de salsa o incluso osa retarme al tenis, a mi cuñado Fran, inevitablemente, le ha llegado su momento.
Por Fran siento un inmenso cariño y sobretodo una gran amistad, que comenzó mucho antes de que nuestros destinos se uniesen para siempre. Y no me refiero al haberme casado con su hermana. A mi cuñado le debo el dudoso honor, de haber logrado que me cogiese mi primera borrachera. Algo a lo que mi padre le está muy agradecido. (Cuando se enteró, me dijo: Ya era hora. Me tenías preocupado...)

Por eso, a modo de pequeño homenaje por haber alcanzado esta efímera meta, quiero traer este tema musical, que sin querer me recuerda a él.
Mejor dicho, me recuerda a nuestros furtivos encuentros deportivos. A ese palco preferente que tenemos desde esta temporada.
Un buen día Fran me invitó a ver un partido Madrid-Barça a casa de un amigo y allí que me fui con él. El resultado deportivo es lo de menos (signo evidente de que nos dieron por todas partes), pero ese día sirvió para compartir la amistad de Óscar y José Luis, sus mejores amigos.
Ya que el club blanco no podía ofrecernos alegrías, como personas jóvenes que éramos (todos aún teníamos 39), decidimos dárnoslas nosotros mismos, así que sustituimos fútbol por comida, bebida y... buena música.
Aquella tarde descubrí Crowd Chant, composición del famoso guitarrista Joe Satriani.
A priori es un tipo de música que nunca me ha atraído, pero tal vez guiado por los efluvios del alcohol o por la amargura de la derrota deportiva, le di la oportunidad a un virtuoso de la guitarra, al que nadie le puede negar una maestría en el dominio del instrumento, que en sus manos parece tener vida propia.

Pero para Joe Satriani nunca fue así. Ni siquiera él imaginaba que dedicaría su vida a la música. De hecho, estaba en el colegio, entrenando al fútbol, cuando oyó en un transistor de radio que estaba por allí cerca, la noticia de la muerte de Jimmy Hendrix. Como el que avista una aparición mariana, dejó todo, se dirigió hacia su entrenador y le dijo que no quería jugar más al fútbol, su futuro sería convertirse en guitarrista, como Jimmy Hendrix. Tenía 14 años.
El resto de su vida musical está jalonada de éxitos y sus ventas han sido millonarias. Aunque su música no encaje con todos los gustos, es innegable sus inmensas dotes que lo convierten en una referencia de la música moderna. Así que todos aquéllos que oigan Crowd Chant por primera vez y que no se sientan atrapados por la fuerza de sus notas y el intercambio constante entre público y guitarra, les rogaría que la volvieran a escuchar de nuevo. A mí me sucedió lo mismo. Y es que reconozco que soy un cursi  que escucha canciones tipo Say You, Say Me, pero con Satriani he descubierto el dar la oportunidad a otro tipo de géneros. De hecho, esta vez que la oído, que creo que es la 120, me ha gustado más que la 119...
Para todos aquéllos que ya la conozcan o estén deseosos de más, aquí hay un pequeño vídeo de cómo se grabó.

Crowd Chant es empleada a menudo como música para amenizar la entrada de equipos de hockey en el terreno de juego, como lo son muchas otras canciones usadas como himnos deportivos, mucho antes que el Waka-Waka, como por ejemplo: We Will Rock You de Queen, Born in the USA de Bruce Springsteen o  Jump de Van Halen. Así que no es de extrañar que al escucharla me transporte a nuestras citas deportivas, con mis camaradas Óscar y José Luis. Los cuatro constituimos un reducto subversivo. Somos una resistencia blanca dentro de la ciudad condal. Nadie conoce nuestro grupo clandestino, que salta y grita ante los goles (pocos de momento), que le endosamos al rival azulgrana. Somos un oasis en mitad de un árido e interminable desierto. Mientras, estamos agazapados, escondidos, esperando pacientemente que ese maldito e inacabable ciclo del Barça, acabe de una vez. Ése sí que sería un buen regalo de cumpleaños para Fran.


miércoles, 1 de junio de 2011

Viva la Vida



Muchas veces he reflexionado acerca del sentido del éxito o de su otro lado más amargo, el fracaso. Del primero pronto lo olvidamos y en cambio el segundo, deja una huella más profunda.
Los fracasos son más dolorosos cuanto más cerca estás del triunfo, aunque el resultado sea el mismo. Recuerdo de mi época universitaria, estar estudiando una asignatura todo el verano, sin poder hacer otra cosa, encerrado con mis apuntes y mis rotuladores de colores, sin tener otra vida, más allá de esos folios. Para cuando llegó el día del examen, ese aciago día de septiembre, acabé marchando a casa con un suspenso, que me haría arrastrar esa asignatura otro año.
El haber estado cerca de conseguirlo, tiene la misma distancia que si me hubiese ido de crucero todo aquel verano. El éxito no entiende de distancias. No existe un casi. Lo alcanzas o no. Es un todo o nada.

Es una situación que he vivido otras veces en mi vida. Y debo decir que mis fracasos, los grandes, porque deposité muchas ilusiones en ellos, y los no tan grandes, han sido muy provechosos, aunque descubrir el mensaje me llevase mucho tiempo. No he conocido cita más apropiada, que la del genial Dickens, que decía que cada fracaso enseña al hombre algo que tenía que aprender. Una lección dolorosa, de un gusto desagradable, que cuando lo has asumido, te enriquece, te hace ser humilde y casi me atrevería decir, que te hace ser mejor persona.

Hace cosa de dos años, volví a tocar el cielo con la yema de los dedos. Se nos ofreció a los médicos de la plantilla, la oportunidad de ocupar la vacante de jefe médico, tras la marcha del antiguo responsable. Después de una exhaustiva selección, y numerosas pruebas, finalmente quedamos dos candidatos. El otro y yo.
Aquella tarde tenía la enésima entrevista. Fui caminando por la diagonal, concentrándome para dar lo mejor de mí, ante una oportunidad como aquélla. Justo antes de llegar allí, de mi Ipod sonó de forma aleatoria, Viva la Vida de Coldplay. Su ritmo enérgico, que parecía haber sido escogido a propósito por el destino, me contagió su fuerza y su intensidad. Ese estímulo positivo me recordó a aquella fanfarria olímpica, que animaba a los atletas en los juegos de Los Ángeles de 1984. Sonaban las notas de Viva la Vida y yo sentía que era la banda sonora que acompañaba al vencedor, camino del monte Olimpo.

Coldplay tituló esa canción y al disco que lo contiene, inspirándose en la leyenda que aparece escrita en un cuadro de la pintora mexicana Frida Kahlo. Unos días después de mi entrevista, supe que ese mismo tema que me había estimulado tanto, lo usaba Pep Guardiola, el entrenador del Barcelona, para arengar a sus jugadores antes de cada partido.
Viva la Vida ha sido no sólo gracias al Barcelona, una canción de éxito. Ha sido acusada de plagio por parte del artista Joe Satriani, cuya composición If I Could Fly tiene bastantes similitudes. Pero tanto si prospera como si no, la versión de Coldplay es legendaria.
Al pensar en esos momentos, me veo como un pobre ingenuo, por creer que el fracaso no me esperaba al otro lado de la puerta. Esa música de fondo sólo podía sonar para los vencedores. Aquel día, como tantos otros en los que no he ganado y la suerte me ha dado la espalda, pude aprender que la línea que separa el éxito del fracaso es muy etérea y a veces indistinguible. Desde entonces nunca sé si es un fracaso no haber logrado el éxito, o en cambio, puede haber sido un éxito el haber fracasado.
Viva la Vida me recuerda que el fracaso no es no lograr nuestros objetivos deseados, sino el no aprender cuando no lo hemos conseguido.