miércoles, 25 de mayo de 2011

Nothing Man



El atentado contra las Torres Gemelas ha sido uno de esos acontecimientos que permanecerán imborrables para siempre en cada uno de nosotros.
Es una referencia histórica, como pudo ser para nuestros padres la llegada del hombre a la Luna, o la caída del muro de Berlín.

No ajeno a esto, Bruce Springsteen comenzó a componer un disco, titulado The Rising, el día después del atentado. En sus quince pistas expresa el dolor y las heridas abiertas, el valor de todos aquéllos que participaron en la tragedia y la incertidumbre del futuro que aguardaba a su país.
The Rising es un trabajo muy melancólico, no tan rockero como solía tenernos acostumbrados, pero con melodías pegadizas y reflexivas.
Mi selección personal destaca entre ellas a Waiting on a Sunny Day, y por supuesto, la menos conocida, pero absolutamente conmovedora, Nothing Man, que es la protagonista de hoy.

Mis amigos saben que no he sido nunca amante de Bruce Springsteen y seguro que les he sorprendido con esta elección, pero quiero aprovechar para confesarles que con el paso de los años, he descubierto a este cantante y sobre todo, a partir de The Rising, Nothing Man la considero una de mis canciones favoritas.

- ¡¡Por fin!! - pensarán mis queridos Yofri y Mario, amantes desde tiempos inmemoriales de The Boss - ¡Este chico ha madurado! ¡Ha ensanchado! - exclamarán jubilosos.
Puede ser, puede ser... Pero quiero defenderme, antes de ser linchado o despojado de mi camisa, alegando a mi favor, que la culpa la tiene Bruce Sprinsteen, por no haber compuesto Nothing Man antes.
Sus notas me recuerdan a nuestro viaje a Nueva York, ¿te acuerdas, Lou? Cuando tras abandonar nuestro hotel, en uno de aquellos maratonianos paseos por la Gran Manzana, nuestros pies nos llevaron hasta la Zona Cero.
Allí, en una superficie inmensa, en un solar flanqueado por una valla a lo largo de todo el perímetro, se podían ver fotos de la tragedia y los nombres de todos los que perecieron aquel día de septiembre.
Pero lo realmente sobrecogedor, era el respetuoso silencio que rodeaba el solar. Ningún transeúnte, ni ningún automóvil, emitía sonido alguno, sólo el ruido del aire que soplaba entre las calles. Era impresionante tal quietud, en la ciudad más bulliciosa del mundo. Esa desolación era mucho más intensa que la llama ardiendo de la tumba de Kennedy, en el cementerio de Arlington, en Washington.

Nothing Man me recuerda aquel viaje a Nueva York, un frío febrero, en el que visitamos ese enclave impresionante. Aquel día que pudimos contemplar el lugar en el que inesperadamente, cambió la Historia.


You're The Voice



Mi generación a menudo se conoce como la generación de Naranjito, porque conocimos en directo las aventuras de Fútbol en acción, los dibujos animados de los sábados, protagonizados por la mascota de nuestro mundial de fútbol.
Pero de ese campeonato no guardo muy buen recuerdo, por lo que prefiero que seamos reconocidos como la generación de La Ruperta.
Desde que desapareció en la oscuridad de los rayos catódicos, los viernes dejaron de ser viernes y nunca volvieron a ser iguales.
Nunca entendí por qué aquellos concursantes se quedaban tan decepcionados cuando al final de la subasta les tocaba la Ruperta. Era un muñeco precioso. Yo soñaba con que mis padres fuesen al concurso. Para nada querríamos un Seat Ronda, que ya teníamos en casa un Volvo y un escarabajo. Ni siquiera el deseado apartamento de Torrevieja, que nos quedaría muy lejos de Tenerife y que seguro no tendría nada que envidiar a la playa de El Médano. Lo que realmente soñaba es la llegada de mis padres el sábado por la mañana a casa, tras volver del concurso, trayéndome un muñeco de La Ruperta.
Pero no sólo es por el Un, dos tres. Me considero privilegiado por pertenecer a una época de descubrimientos. Mis hijos desconocen el concepto de marcianitos, o comecocos. Ya nadie sabe lo que significaba poseer un Spectrum y tener que esperar diez interminables minutos para cargar un juego, pero a pesar de eso, estar orgullosos de nuestra pequeña máquina negra, con un arco iris en la esquina.
Vimos el estreno de Thriller en la tele, lo que nos dio tema de conversación en el colegio para unos cuantos días.
El coche de Papá era ese Volvo 164, pero también era este otro.
¿Alguien acaso de ahora, sabe qué son los Juegos Reunidos Geyper? ¿El camión Pegaso de Rico? ¿Y un Madelman?
Aunque me saqué el carnet de conducir al cumplir la mayoría de edad, el primer volante que cogí fue el del Auto Cross.
Ya nadie tiene miedo cuando ve aparecer por primera vez a un malo malísimo como Darth Vader, ni saben lo que es volar con Superman, e ignoran que nunca habrá ninguna otra como ella.
Me siento identificado con los protagonistas de ese conocido anuncio. De fondo suena Simple Minds, que retrata perfectamente el espíritu de todos los que tienen más o menos mi edad. Pero esta generación, mi generación, sin desmerecer a Don't You Forget About Me, tiene otro himno. Hay una canción que canta un australiano muy poco conocido fuera de su país, llamado John Farnham, que cuando la escucho, me da un pequeño vuelco el corazón. Sé que cada uno elegiría un tema distinto, pero para mí, You're the Voice, es la voz de los que ya estamos o están a punto de cumplir los 40. El himno de una generación de privilegiados por haber vivido en una época maravillosa y conscientes de nuestro origen, disfrutamos con gran intensidad de nuestro presente.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Entends-tu Les Chiens Aboyer?

A mi tía Piluca
que ya forma parte de las estrellas

Cuando tenía diez años sólo había una cadena de televisión. Así la elección era fácil.
Gracias a esa circunstancia, pude ver a tan pequeña edad, la serie Cosmos. De haber existido la posibilidad del zapping, se me habría escapado, perdida entre tanta maraña de canales, como los granos de arena, inútilmente atrapados en el puñado de una mano.
Las Navidades siguientes, por petición expresa mía, Sus Majestades de Oriente me trajeron el deseado regalo de esas fiestas: el libro de Carl Sagan, que devoré una y otra vez durante años y que todavía ocupa un lugar privilegiado en mi librería, ése que se reserva para los libros favoritos.
Recordando esos años de infancia y la fascinación por el espacio, me cuesta creer cómo orienté mi vida hacia otros caminos. Mis momentos de niñez más felices fueron aquéllos que pasé junto a mi rudimentario telescopio rojo, observando con asombro los cráteres de la Luna, aquellas noches de verano en La Finca. Enclave familiar que tan intensamente amó mi tía Piluca, mi tío Pepe, mi hermana María y yo, y todos los que vivieron aquella época tan maravillosa.

Entends-tu Les Chiens Aboyer? sonaba bajo Carl Sagan, doblado por la voz más melodiosa que ha existido nunca, la de José María del Río. Vangelis prestó la música a una serie documental, que ha marcado la vida de muchos de los que disfrutamos de su histórica emisión.
Este tema siempre me ha hecho reflexionar sobre el más allá, la inmensidad del infinito o la fragilidad y sentido de nuestra propia existencia.
Carl Sagan me descubrió que vivo en un planeta de color azul pálido, muy frágil, que tenemos la obligación moral de cuidar con mimo, ya hace años, mucho antes de que surgiese la moda de la ecología. Me mostró la grandeza del universo, al que estamos unidos de una forma más íntima de la que nos pensamos. Cada uno de los átomos de los que estamos compuestos: el carbono, el oxígeno, el hidrógeno, o el silicio, constituyen también los componentes del universo conocido. Los arrecifes de la costa donde se forma la espuma, las briznas de hierba que se lleva el viento, las flores de un ramo regalado, el olor del jazmín en el atardecer, los labios más carnosos, los dedos que nos acarician, el sabor de un beso, el mar, los planetas, nuestro Sol...
Cuando lleguen de nuevo las noches claras de verano, atravesadas de punta a punta por el espinazo de la noche, como aquéllas que compartimos en La Finca, ese cielo tachonado de luces distantes que tililan, me harán recordar que formamos parte del universo, que somos el mismo Cosmos, porque estamos hechos de la misma materia que las estrellas.



miércoles, 4 de mayo de 2011

Two People


Las calles de Barcelona estaban húmedas anoche, tras la tormenta caida durante el último partido Madrid-Barça. Salí del piso de mi cuñado Fran. Ahí nos habíamos reunido para ver juntos el fútbol. Me metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y empecé a andar, camino de casa.
Poco a poco las aceras se iban llenando de algarabía y de felicidad, por haber eliminado de la copa de Europa al eterno rival.
Las derrotas deportivas hace muchos años que no me causan ninguna tristeza. De hecho, he aprendido a convivir con ellas. Somos compañeros de viaje que coincidimos con mucha frecuencia. Mientras iba dirigiéndome a casa, pensé sobre todo esto. Sobre el que gana, y sobre el que pierde. Creo que casi me gusta más la melancolía del derrotado, que la zafia vulgaridad del ganador, ciego por el éxito, que no es consciente de lo que ha logrado y por eso no sabe administrar con elegancia su triunfo.

Soy del Madrid y vivo en Barcelona. Y como actor de una obra que me corresponde representar a menudo, desde siempre me he visto obligado a ocultar mi condición de aficionado al equipo que viste de blanco. Así que enfundado en mi chaqueta, como suelo hacer en estos casos, asumiendo perfectamente mi papel, esbocé una sonrisa durante el trayecto de vuelta a casa.

Mientras caminaba, pensé en ese lugar en el que puedo cantar los goles de mi equipo sin temores. Aquél en el que no debo ni callar, ni fingir mis sentimientos. En mi mente, volvió a aparecer Madrid.
Y en un día de lluvia como fue ayer por la noche, recordé la canción Two People de Tina Turner, cuya letra habla de encontrar cobijo en un día de intensa lluvia.
La primera vez que la oí fue cuando vivía en esa ciudad. De vuelta, tras cenar fuera, un compañero de clase me alcanzó en coche a casa. Hablábamos probablemente de cosas importantes, que con el tiempo ya no son más que cuestiones intrascendentes. Bajo sus palabras, me pareció oir la voz de Tina Turner, que salía de la radio de su coche, cantando: "...shelter on a rainy day...", palabras que repetí en mi cabeza una y otra vez, mientras la movía de arriba a abajo, fingiendo que me interesaba por la conversación.
Con esa pequeña pista, comencé mi búsqueda, hasta que unas horas más tarde, en la red, descubrí que se trataba de Two People, hasta aquella noche, desconocida para mí.
Y desde entonces, Two People es Madrid. Cuando la oigo, no puedo evitar pensar los momentos maravillosos que viví aquella temporada allí. A Madrid le debo todo lo que soy y lo que tengo ahora. No muy lejos del lugar donde escuché por primera vez Two People, conocí a la mujer que acabaría llevándome a Barcelona. Madrid es el origen de mi presente. Sólo por eso creo que está justificado el que sea madridista, aunque la alegría de la calle, los cánticos jubilosos, los petardos y el color azulgrana que envuelve todo, me recuerde que hemos vuelto a ser derrotados.