Pon tu cabeza en mi hombro, cógeme en tus brazos, estrújame fuerte, que pueda sentir que tú también me quieres.
Pon tu cabeza en mi hombro, susúrrame al oído cosas que quiero escuchar.
Dime; dime que tú también me quieres.
La música que Paul Anka compuso con diecisiete años en aquel lejano 1958 suena en nuestro salón mientras bailamos abrazados. Te sostengo y disfruto más que tú, que ríes mientras te doy vueltas.
Continuamos girando y te sorprendo con cada giro inesperado en el sentido contrario de como nos movíamos. Tú ríes a borbotones y en tus mejillas se te hacen esos hoyuelos que tanto me gustan.
Me miras y te miro, me muevo y nos movemos. Eres mi perfecta pareja de baile.
Cualquiera que presencie la escena, puede imaginar sin esfuerzo al vernos, que llevamos juntos toda la vida.
Seguimos bailando y deseo que la música no se acabe, que sigan sonando las notas que nos mantienen moviendo. Que no llegue nunca el final y que sigas sintiendo que soy el hombre de tu vida.
No lo dejes, sigue riendo y apoya tu cabeza en este hombro que siempre tendrás para ti, para reir, para abrazarte, para sentirte reconfortada y protegida cuando seas muy feliz o para te sientas que tu pequeño mundo se ha desmoronado y se ha venido abajo. Un día que no podrás evitar, estarás tan triste que no podrás contener tus lágrimas, pero tendrás este hombro para estrujarte fuerte y a mí para decirte que todo quedará atrás y que volverás a ser feliz de nuevo. Y aunque pasen los años y vengan otros y otras canciones, Clara, no dejes jamás de pensar que para tu padre siempre serás su pareja favorita de baile.
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