lunes, 16 de septiembre de 2013

Memories Of Green

 
Cuando tenía siete años, por no sé qué motivos, mis padres decidieron apuntarme en clase de solfeo y piano. Allí estuve tres años. Debo decir que aunque soñaba con poder llegar a tocar algún día el piano, tanto sacrificio, tantas clases en el conservatorio, clases de repaso con profesores particulares y prácticas muy de cuando en cuando, con el pìano de casa de mi abuela Isabel, ya que era el que más cerca tenía. Estaba a 1 km, o lo que es lo mismo, a media hora de casa caminando. Tanto esfuerzo, pensé, no merecían la pena y acabé convenciendo a mis padres para abandonar mis estudios musicales.
 
En mi infancia tomé dos decisiones trascendentes para mi futuro, sólo dos, pero que mis padres aceptaron y de las que nunca he tenido que volver hacia atrás. Una fue dejar el piano y solfeo, la otra, más difícil de entender para un canario, la de no volver a disfrazarme nunca más en unos Carnavales.
De esta última no he tenido ningún arrepentimiento a lo largo de mi vida, pero debo confesar por vez primera, que siempre que veo un piano en algún sitio, esperando que alguien abra su tapa y empiece a tocarlo, siento cierta nostalgia por no poder ser yo quien lo haga.
Cerca de mi casa de Barcelona hay un centro comercial que en su planta de abajo tiene un horrible piano de color rojo, que a lo largo de todo él, pone escrito en grandes letras blancas, para que pueda leerlo todo el mundo: "Si sabes, puedes tocarme..."
Paso junto a él y siempre lo miro de reojo, pensando si algún día podré volver y hacerlo.
 
Tenía un profesor de Ginecología, el Dr. Troyano, que era mi padre científico y con el que hacía algún trabajo de investigación. Muchas veces acudía a su casa a reunirnos para algún estudio o para hacerle alguna traducción al inglés de algún artículo suyo. Algunas veces, cuando habíamos acabado el trabajo y se encontraba relajado, se sentaba en el piano y tocaba Misty.  Creo recordar, aunque tal vez el tiempo haya tergiversado mis recuerdos, haberle preguntado si había estudiado piano,  y que me dijo que no, que la aprendió de oído, a base de practicar. Y la verdad es que sonaba muy bien. Desde aquellos días en que le oí tocar Misty, sin querer, pensé que yo podía hacer lo mismo algún día con algun tema sencillo. Y no he dejado de pensarlo desde entonces. Claro que me encantaría poder hacerlo con Rhapsody in Blue, pero seamos realistas. Esta obra maestra de Gershwin está bien lejos de mis posibilidades, aunque a base de oirla ya me la sepa de memoria. 
Soy consciente que ya nunca sabré tocar el piano como mandan los cánones del Conservatorio, pero a pesar de eso, pienso que algún día con tesón y mucha paciencia, seré capaz de al menos tocar alguna pieza de una manera más o menos decente.
Y ya desde hace un tiempo, sé cuál será.
 
En el mismo año que dejé los estudios de piano, aquel niño de once años se quedó deslumbrado con una película fascinante, que llegué incluso a ver, hipnotizado por su belleza, dos veces en la misma semana. Era Blade Runner. En ella, aunque de forma breve, suena un tema de Vangelis, precioso, intimista, que refleja el anhelo de una sociedad futura, sola, deshumanizada y superindustrializada, cubierta por un invierno nuclear permanente, que no les permite casi ver la luz del sol, donde la verde vegetación ya sólo forma parte de los recuerdos. Los recuerdos de lo verde: Memories Of Green.

Escucho Memories Of Green, casi como un reto, aunque no creo que sea muy difícil llegar a poder tocarlo. He encontrado en la red un tutorial. Ahora sólo necesito paciencia y un piano con el que ensayar, o mejor, una clavinova , que es un piano electrónico que simula el tacto de un piano clásico, al que pueden conectarse unos auriculares para no molestar a nadie con los interminables ensayos-error que lleva consigo el aprendizaje.
Pero sólo conozco un clavinova; el de mis primos políticos Inma y Mariano, que seguro estarían dispuestos a dejarme ensayar con él. Lástima que esté a 1000 km de casa. Mil veces más lejos de lo que estaba el piano de abuela Isabel, de la mía, cuando tenía once años.

Este verano estuve en casa de Inma y Mariano, en Málaga. Aprovechando un momento que me quedé solo y sin que nadie me viera, como un ladrón furtivo, me acerqué al clavinova, levanté la tapa y deslicé mis dedos suavemente por el blanco nácar de sus teclas. Cerré los ojos un segundo y me imaginé tocando Memories Of Green.




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