¿Quién está preparado para los momentos tristes, por mucho que sepas que tarde o temprano van a llegar? ¿Qué pensar para alegrarte o incluso qué decir a quien quieres para secar sus lágrimas o atenuar su dolor? No sé bien qué responder a cada una de estas preguntas, pero ya desde hace un tiempo estoy firmemente convencido que de las cosas malas, de cada una de ellas, siempre se aprende alguna lección.
Arantxa se ha ido y todos sabíamos que se iba a ir. Lo sabía hasta ella. Me lo dijo la última vez que pudimos hablar. Pero a pesar de todo, creo que se ha ido feliz.
Sí, es muy joven, creo con total seguridad que ha sido una persona muy afortunada. Ha tenido la suerte de tener dos cosas. Sólo dos, pero aunque parecen pocas, son bastantes más de las que mucha gente puede llegar a tener.
La primera fue la vida. Su vida le dio la oportunidad de tener otra vida y además de disfrutarla y vivirla con intensidad. Hizo lo que nadie hace. Pensar en cómo eres, mirar dentro de ti, cambiar lo que no te gusta y apreciar cada uno de los ínfimos pero maravillosos detalles que te ofrece el mundo cada mañana. Su segundo cumpleaños fue el amanecer de una nueva Arantxa. Se convirtió en la Arantxa que yo conocí. Simpática, alegre, luchadora, valiente, cariñosa, bromista y con ese punto de ironía que siempre ha sido para mí una muestra de gran inteligencia.
La segunda, Arantxa, déjame decirte que por lo menos un poquito, la comparto contigo: Es tu familia.
El día que te fuiste pensé en ti y en tu familia, en mi familia. Y como tú hiciste un día, yo también descubrí la suerte, la inmensa fortuna que tengo, que has tenido, de tener esta familia.
No hubo ni una sola de esas noches llenas de miedos, ni un sólo día, de tus interminables días en el hospital, que no hubiese alguien a tu lado, acariciándote las manos, poniéndote crema, haciéndote esos masajes que tanto te gustaban. Siempre ha habido alguien que te susurrase al oído, cuando ya no nos podías oir, diciéndote con cariño que te ibas a poner buena, prometiéndote que tendrías otro cumpleaños más, el tercero. Queríamos volver a oir tus risas y a iluminarnos con esos preciosos ojos claros.
Pero te has ido. Y aquí hemos quedado los demás, sin entender tantas cosas. Ya te decía que uno no está preparado nunca para los momentos tristes. Tenemos un sentimiento agridulce, menos dulce que agrio, pero con la alegría de haber vivido todo este tiempo contigo y de ahora sentir que todos los momentos tristes, y los buenos y tú, hacen que cada vez estamos más juntos.
No estás, pero estás más que nunca. Pero por encima de todo hay un poso que nos dejas. Un regalo para siempre, y eso es lo que nos ayuda y anima: la felicidad de tu recuerdo.