La verdad es que he tenido suerte.
Tuve la suerte de tener una infancia muy feliz. Unos primeros años de mi vida, en los que recibí mucho cariño, en un hogar lleno de paz, que haría formar mi persona hasta ser en buena parte como soy el día de hoy.
De muy pequeño no es que fuese un niño extrovertido, eso se lo dejé a mi hermana María, alegre, divertida y espontánea. Siempre fui más bien, un niño sensible y reflexivo.
Me gustaba escuchar, leer y sobre todo, oir música.
Tuve la suerte de tener a alguien que de bebé me cantaba canciones de cuna, como el "Quién teme al Lobo Feroz", o "Pulgarcito cuando duerme, al gigante siempre ve..." aunque por mi sensibilidad y no por su oído, me arrancaba lágrimas de emoción.
Cuando crecí un poco más, ella me dejó poder disfrutar de uno de sus más preciadas posesiones: Aquel estuche azul, repleto de discos ingleses, que era en realidad una colección de pequeñas joyas musicales.
Esos singles de vinilo los extraía de su estuche y los hacía girar en el radio-cassette-tocadiscos Hitachi, a 45 revoluciones por minuto. No era música para niños, al menos no para un niño tan pequeño, pero ahora la imagino tan impaciente por compartir su música conmigo, a cantar sus letras, que no podía esperar a que me hiciese grande.
Luego fueron viniendo los discos del momento. Llegaba a casa emocionada del Instituto, con su nuevo LP enfundado en plástico, como una niña con un regalo. En aquellas tardes, a mediodía, antes de que yo volviese de nuevo al colegio, veía como lo extraía de su envoltorio y le ponía la aguja en el surco. Yo observaba hipnotizado cómo comenzaba a dar vueltas, a ver si era capaz de leer la etiqueta mientras giraba.
A mí me encantaba permanecer a su lado. Creo que a ella también, que yo estuviese allí.
El surco se transformaba pronto en sonido y así disfrutábamos juntos de la magia.
De esta manera, llegó a casa gente como ABBA, Demis Roussos, Boney M, Julio Iglesias o incluso Jean-Michel Jarre.
Intento hacer el esfuerzo, pero no puedo escoger una única canción que me recuerde a ella, porque fueron muchas las que sonaron en el salón de mi casa. Pero lo que es seguro, es que aunque existen muchas versiones de Can't Help Falling in Love, la de Elvis Presley le pertenece a ella por completo. Me transporta rápidamente a mi infancia y vuelvo a verme sentado en la alfombra del salón, sobre las piernas cruzadas, acercando mi oído a los altavoces de madera de aquel equipo de música.
Con el paso del tiempo, es curioso que ahora sea yo el que le descubra a ella nueva música, nuevos intérpretes, nuevas canciones. Me he hecho mayor y ahora le he tomado el relevo. Pero ella continúa teniendo ese espíritu curioso de cuando yo era niño y no me cuesta esfuerzo imaginarla abriendo su ordenador, a ver qué nueva canción ha puesto su hijo, con ese mismo nerviosismo que tenía al traer un nuevo disco a casa.
Y ahora sé que fui un niño con mucha suerte. Pero no sólo por haber podido descubrir toda aquella música. No, no, he tenido mucha suerte, por tener esta madre que tengo.
De muy pequeño no es que fuese un niño extrovertido, eso se lo dejé a mi hermana María, alegre, divertida y espontánea. Siempre fui más bien, un niño sensible y reflexivo.
Me gustaba escuchar, leer y sobre todo, oir música.
Tuve la suerte de tener a alguien que de bebé me cantaba canciones de cuna, como el "Quién teme al Lobo Feroz", o "Pulgarcito cuando duerme, al gigante siempre ve..." aunque por mi sensibilidad y no por su oído, me arrancaba lágrimas de emoción.
Cuando crecí un poco más, ella me dejó poder disfrutar de uno de sus más preciadas posesiones: Aquel estuche azul, repleto de discos ingleses, que era en realidad una colección de pequeñas joyas musicales.
Esos singles de vinilo los extraía de su estuche y los hacía girar en el radio-cassette-tocadiscos Hitachi, a 45 revoluciones por minuto. No era música para niños, al menos no para un niño tan pequeño, pero ahora la imagino tan impaciente por compartir su música conmigo, a cantar sus letras, que no podía esperar a que me hiciese grande.
Luego fueron viniendo los discos del momento. Llegaba a casa emocionada del Instituto, con su nuevo LP enfundado en plástico, como una niña con un regalo. En aquellas tardes, a mediodía, antes de que yo volviese de nuevo al colegio, veía como lo extraía de su envoltorio y le ponía la aguja en el surco. Yo observaba hipnotizado cómo comenzaba a dar vueltas, a ver si era capaz de leer la etiqueta mientras giraba.
A mí me encantaba permanecer a su lado. Creo que a ella también, que yo estuviese allí.
El surco se transformaba pronto en sonido y así disfrutábamos juntos de la magia.
De esta manera, llegó a casa gente como ABBA, Demis Roussos, Boney M, Julio Iglesias o incluso Jean-Michel Jarre.
Intento hacer el esfuerzo, pero no puedo escoger una única canción que me recuerde a ella, porque fueron muchas las que sonaron en el salón de mi casa. Pero lo que es seguro, es que aunque existen muchas versiones de Can't Help Falling in Love, la de Elvis Presley le pertenece a ella por completo. Me transporta rápidamente a mi infancia y vuelvo a verme sentado en la alfombra del salón, sobre las piernas cruzadas, acercando mi oído a los altavoces de madera de aquel equipo de música.
Con el paso del tiempo, es curioso que ahora sea yo el que le descubra a ella nueva música, nuevos intérpretes, nuevas canciones. Me he hecho mayor y ahora le he tomado el relevo. Pero ella continúa teniendo ese espíritu curioso de cuando yo era niño y no me cuesta esfuerzo imaginarla abriendo su ordenador, a ver qué nueva canción ha puesto su hijo, con ese mismo nerviosismo que tenía al traer un nuevo disco a casa.
Y ahora sé que fui un niño con mucha suerte. Pero no sólo por haber podido descubrir toda aquella música. No, no, he tenido mucha suerte, por tener esta madre que tengo.
1 comentarios:
Muchas gracias, Melito, por este bonito regalo que ha llenado mi corazón con todo tipo de emociones. Es verdad que espero ansiosa cada miércoles "descubrir" la canción, la disfruto y me lleno de orgullo con tu trabajo, sin duda de lo más ingenioso, cómo relacionas música y recuerdos entrañables en unos relatos tan entretenidos. Un beso grande. Mamá
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