Mañana, cuando se puedan leer estas líneas, estaré de viaje, en mi coche de vuelta a casa. Serán más de 1000 km de conducción al volante, casi doce horas en la carretera, pero para mí un trayecto largo, no es ni este Málaga-Barcelona, ni aquella vez que fui a Sidney y estuve 23 horas en un avión. Cuando pienso en un viaje largo, pienso en aquel tren rápido, que me llevaba del aeropuerto de Gatwick a Londres. En aquel vagón, aislado del exterior, iba escuchando mi walkman Sony, con una de mis cintas favoritas, a la que llamé Atmosphère. Una de tantas, que habíamos mezclado artesanalmente mi amigo Yofri y yo, con distintos discos prestados de New Age. Era música que me relajaba y me hacía pensar.
No dejaba de mirar por la ventana, contemplando el paisaje oscuro de una noche de diciembre. Poco a poco la noche se iba aclarando y con los primeros rayos, fue apareciendo el sol, mientras sonaban las notas de Midnight Boulevard. Aquel viaje tan largo, tan intenso e interminable para mí, en cambio para los que estaban a mi alrededor, tan sólo duró 45 minutos.
Midnight Boulevard es un tema que compusieron e interpretaron, Curtis McLaw y Chris Williams, dos músicos amantes del New Age. Fieles seguidores de la música electrónica que se hacía en Alemania, se impregnaron de la influencia de grupos legendarios como Kraftwerk o Tangerine Dream, que tanto tuvieron que ver en la aparición de un género para entonces nuevo, como era el New Age.
Como el género mismo del New Age, Dancing Fantasy y tantos otros grupos, son prácticamente desconocidos, a pesar de que siguen editando discos en la actualidad. En ninguno de ellos, aunque son deliciosamente relajantes, he encontrado nada parecido a Midnight Boulevard, que siempre ha sido especial. Debo reconocer que tal vez no por el tema en sí, sino porque me lleva una y otra vez a aquel vagón camino a Londres.
Mientras oía la música in crescendo, en perfecta y casual sintonía con el sol que se iba mostrando por el horizonte, como un metrónomo que acompañaba mis pensamientos, iban pasando rítmicamente los postes de la vía del tren.
Yo no era yo, todavía era otro. Aunque hacía tres años que mis padres ya no estaban juntos, todavía quedaba algo que me vinculaba a mi vida anterior: mi casa.
Eran las navidades de 1991, casi fin de año. Justo antes de irme, mi casa, ya era de otros.
La última noche que dormí en ella, fue antes de ir a pasar el fin de año a Londres con mi hermana, mi novia y unos amigos. Mi hermana María estaba junto a mí, dormida en el asiento del vagón, los demás me esperaban allí.
Durante aquel trayecto pensaba en mi nueva vida y en la anterior que terminaba. Los distintos caminos que uno elige, o que los demás te fuerzan a tomar. Sabía que cuando volviera, mi mundo habría cambiado por completo. Todo sería distinto, pero en ningún caso como a mí me gustaría que fuese.
El amanecer en el tren, era un nuevo amanecer en mi vida. Escuchaba la música y me sentía solo y así estaría de aquí en adelante. ¿Quién podría entender que no quería que cambiase nada?
Mis pensamientos, mis miedos y mis tristezas los hice míos y celosamente me los guardé.
Llegó el sol, llegó el día y aquel tren llegó a su destino.
Y ese viaje fue el más largo de mi vida. Ya nada volvería a ser igual.