Hubo una época en la que para hacer fotos tenías que tener mucha paciencia.
No hace mucho de esto. Todavía no lo he olvidado por completo.
Había que comprar unos carretes de película que se metían con cierta habilidad en la parte de atrás de la cámara. ¿Que qué es un carrete?
Bueno, no sé... Como un cilindro metálico que tenía dentro una cinta sin fín. Bueno, sin fin, no... Podías hacer hasta 36 fotos con cada carrete.
Ibas haciendo fotos y te imaginabas cómo iban a quedar, porque no se podía ver en ninguna pantalla lo que habías fotografiado. Cuando llegabas al final, tenías que esperar a estar en algún sitio oscuro, porque el maldito carrete se velaba si le tocaba la luz. ¿Qué es velarse? Pues velarse el carrete era de las cosas más frustrantes que te podían pasar. Perdías todo lo que pacientemente habías estado fotografiando. Todo a la basura.
Pero suponiendo que no se hubiera producido ningún accidente, cogías tu carrete y te ibas a un lugar llamado laboratorio donde te revelaban el rollo. Después de unos días, y pagando, claro está, te daban en un sobre tus fotos milagrosamente transferidas en papel. Era como un regalo de cumpleaños el coger aquel sobre e ir pasando una a una cada cartulinilla.
Yo nací con el color, porque a principios de los 70 ya pocas fotos se continuaban haciendo en blanco y negro. De niño pensaba que cuando mis abuelos eran jóvenes, la vida era en blanco y negro. ¿Acaso alguien ha visto alguna película de los años 20 ó 30 en color? No me imagino a Charlot en colores. Harold Lloyd colgaba de aquel reloj en la fachada del edificio en blanco y negro. El cine negro era negro, por supuesto. Todo esto era lógico; el mundo era en blanco y negro y de forma paulatina fue cambiando a los colores tan bonitos que podemos ver ahora.
Hace poco que supe cuándo fue este cambio. Fue en 1935. Dos músicos metidos a científicos, llamados Leopold Mannes y Leopold Godowsky Jr., tras salir de una decepcionante película en un primitivo color en 1916, se pusieron a investigar, para conseguir una película de color de calidad. Su invento fue comercializado con el nombre de Kodachrome, primero para cine y posteriormente para la fotografía, tanto de aficionados como de profesionales. Dicen que es la película que más fielmente reproduce los colores y que si se almacena con unas determinadas condiciones, no se desnaturaliza y persiste durante cien años.
Kodachrome se comercializó durante 74 años y llegó a ser la película más vendida de todo el mundo en el siglo XX.
Cuando nos conocimos, yo vivía una etapa oscura de mi vida, desenfocada y con más sombras que luces. Kodachrome estaba muriendo, siendo desplazada por el mundo digital que lo acabaría invadiendo todo.
Nuestra primera cámara fue por supuesto digital y la segunda y la tercera... Ya no tuvimos que comprar más rollos, ni revelar más fotos.
Ya las cosas no volverían a ser iguales.
Aunque a veces podamos pensar que somos muy distintos, que uno ama muchas cosas que al otro no le hace ni una pequeña cosquilla, o al revés, la verdad es que tenemos muchas pasiones comunes. Alguna de ellas es Paul Simon, que con sus maravillosas canciones, como Kodachrome, me hacen recordar cada vez que la oigo, que cuando Lou llegó a mi vida, mi mundo tan triste y tan oscuro se llenó para siempre de color.